martes, 1 de noviembre de 2011

Agentes de la Ley Contra la Prohibición (LEAP)


La organización Agentes de la Ley Contra la Prohibición, (LEAP, por su sigla en inglés) está integrada por policías, agentes de la Patrulla Fronteriza, funcionarios de prisiones y magistrados en activo o retiro que luchan en favor de la legalización del consumo de las drogas en Estados Unidos.


Fundan su propuesta en el reconocimiento no sólo del fracaso evidente del enfoque prohibicionista y punitivo para enfrentar el narcotráfico, sino también en la certeza del enorme daño social que esa estrategia ha causado en su país y en otras naciones.

Los integrantes de LEAP “hemos estado en la lucha contra las drogas durante estas cuatro décadas y somos testigos directos de su fracaso”, aseguró Neil Franklin, director ejecutivo de la organización, quien fuera agente antinarcóticos. Añadió: “Es hora de cambiar de política y estrategia, y hablar abiertamente de la discriminación de las drogas”.

La organización se fundó en el 2002 y su objetivo central es hacer conciencia y educar a los ciudadanos, a los medios y a los funcionarios públicos del fracaso de la estrategia prohibicionista y punitiva; en cambio, promueve como alternativa la legalización de las drogas en un esquema regulado y controlado por el Estado.

Quien fuera magistrado de la Corte federal de Maryland, William Murphy, integrante del grupo, plantea que llegó el tiempo de que los políticos de Estados Unidos pierdan el miedo de hablar abiertamente de la legalización y reconoció a los mandatarios del mundo, entre ellos Zedillo y Fox, quienes abiertamente se pronuncian en favor de ella.

Los miembros de LEAP, en un documento dado a conocer en junio pasado, advirtieron sobre el “cinismo y la perversión” de quienes hablan de que la guerra contra las drogas puede ser ganada. Ellos han sido actores directos del fracaso de la política de estos últimos 40 años. Saben de lo que hablan. En algún momento fueron su avanzada.

La LEAP lamentó la “perversidad” de funcionarios de la administración Obama que indican como prueba del éxito de la estrategia el aumento de los muertos en México. De acuerdo con Terry Nelson, agente antinarcóticos que trabajó tres años de los 30 de su carrera en México, la actual estrategia sólo ha traído más violencia, pero no ha resuelto en nada el problema.

Los integrantes de la organización son conscientes de que “la legalización de las drogas no es una solución mágica ni terminará de un día para otro con el problema, pero si le quitará a los carteles de la droga beneficios que rondan los 500,000 millones de dólares en todo el mundo”.

La estrategia prohibicionista y punitiva planteada por Nixon en 1971 ha cumplido 40 años de fracaso evidente. El gobierno del presidente Calderón la ha hecho suya, a pesar de todo. El costo, por ahora: más de 40,000 muertos y la imagen nacional e internacional de México deshecha. La historia juzgará...

Por: Rubén Aguilar Valenzuela
Original: El Economista


Despenalización Uruguay

 



Uruguay.- Acuerdan proyecto que legaliza cultivo para uso personal.  El Frente Amplio (FA) acordó un proyecto de ley para regular el consumo de marihuana. El nuevo texto se ajustó entre el Movimiento de Participación Popular (MPP), el Partido Socialista y el Nuevo Espacio (NE).

La iniciativa, que será aprobada el martes 26 de abril por la bancada del FA en Diputados, permite la plantación, el cultivo y la cosecha así como la industrialización y el comercio de hasta ocho plantas de cannabis por hogar.


Sin perjuicio de ello, “se entenderá como cantidad destinada al consumo personal, hasta 25 gramos de marihuana”, según se establece en el artículo 3 del proyecto de ley al que accedió El País.

Además la norma le confiere al Poder Ejecutivo la facultad “de reglamentar las disposiciones y los mecanismos de acceso a las semillas, el que siendo destinado a plantaciones de consumo personal “se considerará en todos los casos como actividad lícita”.

El proyecto prevé que el ciudadano que produzca materia prima o sustancias a partir de la marihuana, que causen dependencia psíquica o física, será castigado con una pena de 20 meses de prisión a diez años de penitenciaría.

Quedará exento de responsabilidad el que “transportare, tuviere en su poder, fuere depositario, almacenare o poseyere una cantidad destinada a su consumo personal con arreglo a la evaluación de la prueba de acuerdo a las reglas de la sana crítica”.

Por otra parte, otro de los artículos agregados en el nuevo texto establece que “el Poder Ejecutivo velará porque, tanto a nivel público como privado, se brinde atención y tratamiento a todas las personas con problemas de adicción a las sustancias reguladas en la presente ley, que así lo solicitaren”.

Asimismo, se establece la creación de una comisión bajo la órbita del Ministerio de Salud Pública (MSP), la cual en un plazo de dieciocho meses a partir de entrada en vigencia de la ley deberá presentar un informe evaluatorio de los efectos de la norma.


Además entre otras funciones, dicha comisión se encargará de desarrollar “actividades tendientes a mejorar la imagen social de quienes consumen las sustancias antes referidas”.




Aniversario del prohibicionismo, 40 años

Reflexión y Acción.  Algunos aniversarios son ocasión para celebrar, otros abren un tiempo para la reflexión, y otros para la acción. El próximo junio marcará 40 años de que el ex presidente estadunidense Richard M. Nixon declaró una guerra a las drogas e identificó el abuso de las drogas como el enemigo público número uno. Hasta donde sé, no se planean celebraciones. Lo que se necesita, y de hecho es esencial, es reflexión... y acción.

Resulta difícil creer que los estadunidenses han gastado alrededor de un billón de dólares (cientos de millones más o menos) en esta guerra de 40 años. Difícil creer que decenas de millones de personas han sido arrestadas, y muchas encerradas en prisiones, por cometer actos no violentos que hace un siglo ni siquiera constituían delitos. Que el número de personas encarceladas por acusaciones relativas a drogas se incrementó más de 10 veces mientras la población del país apenas creció 50 por ciento. Que millones de estadunidenses han sido privados del derecho a votar no porque hayan asesinado a un conciudadano o traicionado a su patria, sino tan sólo porque compraron, vendieron, produjeron o sencillamente poseían una planta o sustancia química sicoactiva. Y que se ha permitido que cientos de miles de estadunidenses murieran –por sobredosis, sida, hepatitis y otras enfermedades– porque la guerra contra las drogas impidió e incluso prohibió que se atendiera la adicción a ciertas sustancias como un problema de salud, más que penal.

Necesitamos reflexionar no sólo en las consecuencias de esta guerra en el país, sino también en el extranjero. El crimen, la violencia y la corrupción que esta política ha ocasionado en el México actual recuerdan a Chicago en la época de la prohibición... aumentado 50 veces. Partes de Centroamérica están todavía más fuera de control, y muchas naciones caribeñas sólo pueden esperar que no sean las próximas. Se dice que los mercados ilegales de opio y heroína en Afganistán representan entre la tercera parte y la mitad del PIB de ese país. En África, el lucro, el tráfico y la corrupción ocasionados por la prohibición se extienden con rapidez. En cuanto a Sudamérica y Asia, escójase un momento y un país y las historias son en buena medida iguales, de Colombia, Perú, Paraguay y Brasil a Pakistán, Laos, Birmania y Tailandia.

Las guerras pueden ser costosas –en dinero, derechos y vidas–, pero todavía necesarias para defender la soberanía nacional y valores esenciales. Es imposible sostener tal argumento en relación con una guerra a las drogas. De hecho, la mariguana, la cocaína y la heroína son más baratas hoy que al lanzarse la guerra, hace 40 años, y están tan al alcance como entonces de cualquiera que en realidad las desee. La mariguana, que está detrás de la mitad de los arrestos por droga en Estados Unidos, jamás ha matado a nadie. La heroína es básicamente indistinguible de la hidromorfona (Dilaudid), medicamento para el dolor que cientos de miles de estadunidenses han consumido bajo prescripción médica sin sufrir efectos negativos. La gran mayoría de personas que han usado cocaína no se vuelven adictas. Cada una de estas drogas es menos peligrosa de lo que la propaganda gubernamental afirma, pero aún lo bastante para merecer normas inteligentes en vez de prohibiciones generales.

Si la demanda de estas drogas fuera dos, cinco o 10 veces la existente hoy, la oferta estaría allí. Para eso son los mercados. Y, ¿quién se beneficia de persistir con estrategias de control de la oferta, pese a sus evidentes costos y fracasos? Básicamente, dos grupos de intereses: los productores y vendedores de drogas ilícitas, que pueden ganar mucho más de lo que obtendrían si los productos estuvieran regulados legalmente en vez de prohibidos, y los oficiales de la ley para quienes la expansión de las políticas prohibicionistas se traduce en empleos, dinero y poder político para defender sus intereses.

Los gobernadores republicanos y demócratas que confrontan enormes déficit presupuestales respaldan ahora alternativas al encarcelamiento de delincuentes no violentos que hace unos cuantos años hubieran rechazado de plano. Sería una tragedia, sin embargo, si esos pasos, modestos pero importantes, desembocaran en nada más que una guerra más amable contra las drogas. Lo que en verdad se necesita es un razonamiento que identifique que el problema no es sólo la drogadicción, sino también la prohibición, y que apunte a reducir al máximo posible el papel de la criminalización y del sistema de justicia penal en el control de las drogas, y a resaltar la protección y la salud pública.

Qué mejor manera de marcar el 40 aniversario de la guerra a las drogas que romper los tabús que han impedido la franca evaluación de los costos y fracasos de la prohibición, así como de sus variadas alternativas. Apenas habrá una audiencia, revisión o análisis emprendido y comisionado por el gobierno en los 40 años pasados que se haya atrevido a intentar una evaluación así. No se puede decir lo mismo de las guerras en Irak o Afganistán o de casi cualquier otro campo de política pública. La guerra a las drogas persiste en buena medida porque quienes tienen los cordones del bolsillo enfocan su atención crítica sólo en la aplicación de la estrategia, más que en ésta misma.

La Alianza de Política sobre Drogas (EPA, por sus siglas en inglés) y nuestros aliados en este movimiento, que cunde con rapidez, se proponen romper esta tradición de negación y transformar este aniversario en un año de acción. Nuestro objetivo es ambicioso: lograr una masa crítica en la cual el impulso por la reforma exceda la poderosa inercia que ha sostenido por tanto tiempo las políticas prohibicionistas punitivas. Esto requiere trabajar con legisladores que se atrevan a plantear estas importantes preguntas, y organizar foros públicos y comunidades en línea en las que los ciudadanos puedan emprender acciones; reclutar números sin precedente de individuos poderosos y distinguidos que expresen en público su desacuerdo, y organizarse en ciudades y estados para instigar nuevos diálogos y direcciones de las políticas locales.

Cuenten con que estos cinco temas aflorarán una y otra vez durante este año de aniversario:

1. La legalización de la mariguana ya no es cuestión de si se va a hacer, sino cuándo y cómo. Encuestas Gallup descubrieron que 36 por ciento de los estadunidenses en 2005 favorecían legalizarla contra 60 por ciento que se oponían. Hacia finales de 2010, el apoyo se había elevado a 46 por ciento, en tanto la oposición había descendido a 50. La mayoría de ciudadanos en un número cada vez mayor de estados dicen ahora que regular legalmente la mariguana tiene más sentido que persistir en la prohibición. Sabemos lo que necesitamos hacer: trabajar con aliados locales y nacionales para preparar y realizar iniciativas de consultas públicas sobre legalización de mariguana en California, Colorado y otros estados; apoyar a legisladores federales y estatales en la presentación de iniciativas para despenalizar y regular la mariguana; aliarnos con activistas locales para presionar a la policía y a los fiscales con el fin de que los arrestos relacionados con la mariguana dejen de ser prioritarios, y respaldar y fortalecer a prominentes individuos del gobierno, las empresas, los medios, la academia, el mundo del espectáculo y otros campos para que respalden públicamente poner fin a la prohibición de la mariguana.

2. La sobrepoblación en las cárceles es el problema, no la solución. Tener el primer lugar mundial en población penal absoluta y per cápita es una vergonzosa distinción que Estados Unidos debería apresurarse a perder. La mejor manera de atender este problema es reducir el número de personas encarceladas por delitos no violentos relacionados con las drogas, mediante acciones como despenalizar y legalizar la mariguana, proveer alternativas al encarcelamiento para quienes no representan amenaza fuera de los muros de la prisión, reducir las sentencias mínimas obligatorias y otras sanciones severas, atender la drogadicción y otros abusos de los drogas fuera del sistema de justicia criminal y no dentro de él, e insistir en que nadie caiga en la cárcel sólo por poseer una sustancia sicoactiva, si no hay daño a terceros. Todo esto requiere acción legislativa y administrativa del gobierno, pero la reforma sistémica sólo ocurrirá si el objetivo de reducir la sobrepoblación penal es adoptado como necesidad moral por muchos sectores.

3. La guerra a las drogas es el nuevo Jim Crow. La magnitud de la desproporcionalidad racial en la aplicación de las leyes sobre drogas en Estados Unidos (y muchos otros países) es grotesca: los afroestadunidenses tienen dramáticamente más probabilides de ser arrestados, procesados y encarcelados que otros estadunidenses que cometen las mismas violaciones a las leyes. La preocupación por la justicia racial contribuyó a motivar al Congreso a reformar el año pasado las notorias leyes que prescribían sentencias mínimas obligatorias por delitos relacionados con el crac, pero se necesita hacer mucho más. Nada es más importante en este punto que la disposición y capacidad de los líderes afroestadunidenses para dar carácter prioritario a la necesidad de una reforma fundamental de las políticas sobre drogas. No es tarea fácil, dada la desproporcionada extensión e impacto de la drogadicción entre las familias y comunidades pobres afroestadunidenses; pero es esencial, aunque sólo sea porque nadie más puede hablar y actuar con la autoridad moral requerida para trascender tanto los temores profundamente arraigados como los poderosos intereses encubiertos.

4. Ya no se debe permitir que la política venza a la ciencia –y a la compasión, el sentido común y la prudencia fiscal– al hacer frente a las drogas ilegales. Evidencia abrumadora apunta a que es más efectivo y menos costoso atender la adicción y otros abusos de las drogas como asuntos de salud y no de justicia penal. Por eso la DPA incrementa los esfuerzos por transformar la manera en que se discuten y atienden los problemas de drogas en las comunidades locales. Pensar globalmente y actuar localmente se aplica tanto a la política sobre drogas como a cualquier otro campo de política pública. Desde luego sería mejor si un presidente designara a alguien que no fuera un jefe policiaco, un general del ejército o un profesional moralista como zar antidrogas. Pero lo que en verdad importa es desplazar la autoridad en las políticas municipales y estatales sobre drogas de la justicia penal a las autoridades de salud y otras. Y la misma importancia tiene procurar que los nuevos diálogos relativos a la política sobre drogas sean informados por evidencia científica, así como por mejores prácticas dentro y fuera del país. Una de nuestras especialidades en la DPA es hacer que la gente piense y actúe fuera del marco establecido en materia de drogas y de política sobre drogas.

5. La legalización tiene que ponerse sobre la mesa, no porque sea necesariamente la mejor solucion ni porque sea la alternativa obvia a los evidentes fracasos de la prohibición, sino por tres importantes razones: una, porque es la mejor forma de reducir en forma dramática el crimen, la violencia, la corrupción y otros costos extraordinarios y consecuencias perniciosas de la prohibición; dos, porque existen tantas opciones –de hecho más– para regular legalmente las drogas como para prohibirlas, y tres, porque poner la legalización sobre la mesa implica plantear preguntas fundamentales acerca de por qué surgieron las prohibiciones y si en verdad fueron o son esenciales para proteger a las sociedades humanas de sus propias vulnerabilidades. Insistir en poner la legalización en la mesa –en audiencias legislativas, foros públicos y discusiones internas en el gobierno– no es lo mismo que abogar por que todas las drogas reciban el mismo tratamiento que el alcohol y el tabaco. Es, más bien, una demanda de que los preceptos y políticas prohibicionistas dejen de tenerse por ser el evangelio y se miren como opciones políticas que merecen evaluación crítica, incluida la comparación objetiva con métodos no prohibicionistas.

Ése es el plan. Cuarenta años después de que Nixon declaró la guerra a las drogas, aprovechamos este aniversario para impulsar a la reflexión y a la acción. Y pedimos a todos nuestros aliados –de hecho, a cualquiera que abrigue reservas acerca de la guerra a las drogas– que se nos unan en esta empresa.

*Ethan Nadelmann es fundador y director ejecutivo de la Alianza sobre Política de Drogas.

Traducción: Jorge Anaya

Para seguir a Ethan Nadelmann en Twitter:

www.twitter.com/EthanNadelmann


Fuente: La Jornada

COMUNICADO DE PRENSA SOBRE LA REUNIÓN ANUAL DE LA COMISIÓN DE ESTUPEFACIENTES DE LA ONU, 21-25 DE MARZO DE 2011, VIENA. ENCOD organiza una conferencia de prensa con una delegación de ciudadanos del mundo entero, para comentar los resultados de la reunión de la Comisión de Estupefacientes de la ONU

Después de 50 años, el mundo está listo a enterrar la Convención Única de Estupefacientes. Encod, la Coalición Europea por Políticas de Drogas Justas y Eficaces, enviará una delegación a Viena para preparar el funeral.



Del 21 al 25 de marzo de 2011, la Comisión de Estupefacientes de la ONU tendrá su reunión anual en Viena, para evaluar los resultados de la estrategia mundial contra las drogas ilegales.

En marzo de 1961, la Convención Única de Estupefacientes de la ONU fue firmada. Durante los últimos 50 años, la prohibición mundial de drogas ha entregado el monopolio sobre las sustancias ilegales a grupos criminales que son ávidos por naturaleza y evitan cualquier responsabilidad. Hoy, las drogas son fácilmente disponibles a todos, incluyendo los niños. Hasta entran en las prisiones, también en Europa y los Estados Unidos, donde se supone que los sistemas de control son herméticos.

La ONUDD estima que las ganancias mundiales de la industria de drogas ilegales ascienden a approx. 400 mil millones de euro por año, o 12.500 euro por segundo. Parte de este dinero es utilizada para financiar otras actividades criminales o hasta grupos terroristas. Pero una gran parte entra en las operaciones financieras y económicas normales asícomo en los órganos del poder estatal en muchos países del mundo, generando daños económicos y corrupción.

Luego de 50 años es tiempo de admitir que las políticas prohibicionistas han llegado a ser inútiles, y han dejado de servir como base para lo que abusivamente se llama "el sistema global de control de drogas".

Existen por lo menos tres razones para sostener nuestro reclamo que la Convención Única ha dejado de ser relevante.

1. En 1961, había poca o ninguna prueba científica de la que se podría haber deducido que la prohibición de drogas sería exitosa o desastrosa. Aunque ya en aquel tiempo había algunos expertos e históriadores que predecían el curso fatal que hemos visto desde entonces, fue posible en 1961 creer honestamente que la prohibición tendría el objetivo planificado.

Hoy abunden las pruebas que el uso y abuso de drogas ilegales han crecido desde 1961 y que esto ha sido acompañado por una larga lista de serias "coinsecuencias nefastas no intencionadas" que han sido creadas por la prohibición. Además, existe un consenso casi completo sobre la conclusión de que no existe una relación entre el grado de represión y los niveles del consumo de drogas.

2. Durante los primeros años después de 1961 hubo un consenso internacional entre las Naciones Unidas y la Comisión de Estupefacientes. Aquel consenso ha desaparecido. Desde la UNGASS de 1998 la Comisión de Estupefacientes ha sido cada vez más dividida. Y desde 2008, uno puede tranquilamente mantener que existe una divergencia insuperable entre grupos de estados miembros de la ONU sobre la dirección de la política de drogas. Varios países han comenzado a implementar políticas que reducen el daño relacionado con las drogas y aseguran los derechos humanos de personas criminalizadas por la prohibición de drogas. Estas políticas no pueden ser implementadas plenamente debido a las restricciones que resultan de la Convención Única.

3. En 2009, el gobierno de Bolivia propuso una solicitud de enmendar dos artículos de la Convención Única de la ONU a fines de eliminar la obligación para eliminar el consumo tradicional de hojas de coca. En los países andinos el consumo de hojas de coca es una parte integral de una cultura milenaria. Después de sobrevivir más de 5.000 años, hoy la hoja se utiliza como suplemento alimenticio, medicina y elemento de reuniones y celebraciones en la vida diaria de millones de personas. Es posible consumir té de coca hasta en las embajadas occidentales en estos países.

En enero de 2011, resultó que los 17 países, más que todo occidentales, habían objetado contra la propuesta de enmienda. Su motivación no tiene nada que ver con la naturaleza de la hoja de coca y sus efectos sobre la salud humana, pero está exclusivamente basado sobre la importancia de mantener la "integridad" de la Convención de 1961. Con ello, los 17 países implicitamente reconocen que cuando se inicie el proceso de enmendar el texto de la convención inevitablemente llevará a su desmantelamiento. Su mensaje al mundo es que prefieren que la Convención de la ONU sea violada a que sea modificada o discutida.

Las Naciones Unidas deberían empezar a diseñar una estrategia alternativa para contriolar el fenómeno de las drogas. Una estrategia que está basada sobre las experiencias locales y pruebas científicas, no sobre principios morales que están completamente desconectados con la realidad. Como ciudadanos del mundo que somos afectados y preocupados por el tema de las drogas en muchas maneras, exigimos que las Naciones Unidas sustituyan la Convención Única con un acuerdo global que permita a gobiernos individuales diseñar e implementar sus propias políticas.



Fuente:  Encod.org

Los beneficios de la prohibicion


Sacan provecho los grandes distribuidores y la industria de la seguridad que combate el tráfico.

La ilegalización de las drogas no beneficia a los adictos a su consumo, a los que envuelve en un drama que les sume en un estado de marginación social y les convierte en casi seguros reos de delitos que un sistema, fracasado de forma clamorosa, les lleva a la doble condición de enfermos y delincuentes arrojándolos fuera del sistema de convivencia social, dificultando, salvo heroicas excepciones, cualquier posibilidad de curación e integración.


No beneficia a su entorno. Los daños y estragos no limitan sus efectos a los drogadictos. Se extienden a los familiares y amigos cercanos convirtiendo la convivencia en un verdadero infierno. El drama alcanza su punto culminante cuando la incapacidad para procurarse las dosis necesarias les lleva a extorsionar a las personas que les son más cercanas, exigiéndoles violentamente dinero para obtener una dosis.

No beneficia al Estado de derecho y a la estabilidad de los sistemas democráticos. Todos los encuentros internacionales que han abordado la compleja posibilidad de encontrar alternativas han coincidido en la necesidad de reaccionar ante el fracaso endémico del sistema penal. Después de más de 40 años de ensayos basados en el incremento de las penas y la rebaja de las garantías se ha constatado que el fiasco ha sido estrepitoso. Un seminario internacional celebrado en Lima en febrero de 1990 rechazó de forma tajante las propuestas que emanan de la Convención de Ginebra para la lucha contra la droga. Este organismo ha derribado límites infranqueables del derecho penal como la propuesta de criminalizar el consumo. Su tarea consiste en celebrar innumerables reuniones cuyas conclusiones han sido inanes. Podemos preguntarnos cuánto nos ha costado desde su creación en diciembre de 1988. Si la transparencia es un valor esencial de la democracia alguien debe publicar las cifras sobre el funcionamiento de ese organismo.

No beneficia al sistema penitenciario, que se ha visto superado por el aumento espectacular de reclusos condenados por trafico de drogas. Pocos jefes de grandes cárteles, algunos más de los escalones intermedios y numerosos distribuidores a escala media o menor que intensifican nuestra ya saturada población carcelaria. La droga forma parte de la vida penitenciaria, crea luchas por el poder, origina víctimas y llega a corromper a funcionarios relacionados con su entorno.

Beneficia a determinadas reacciones desproporcionadas. En el seminario de Lima se advirtió que enfrentarse a la lucha contra la droga con un enfoque bélico y la militarización tiene grandes posibilidades de incrementar la violencia y muy pocas posibilidades de contribuir a la resolución de este problema. La guerra es un negocio para los productores de seguridad. Siempre necesitan un enemigo, pero, como ya les advirtió Nils Christie, hace muchos años que no engañan a todos. Se trata de una guerra sin combatientes enemigos. Se les presenta como lo suficientemente fuertes para movilizar toda la energía de una nación, pero al mismo tiempo son lo suficientemente débiles para no ser nunca realmente peligrosos y así poder seguir la guerra mientras los dirigentes necesiten una guerra.

Beneficia el enriquecimiento desmesurado de los que controlan el tráfico a gran escala. Los estudios sobre el valor añadido de la transformación de la hoja de coca son científicamente irrebatibles. La hoja se vende en los mercados andinos como un producto agrícola de bajo coste. Machacada en una especie de mortero y mezclada con aditivos baratos multiplica su valor por mas de cien. Esa pasta básica se lleva a unos laboratorios rudimentarios que, con un escaso coste, la convierten en clorhidrato de cocaína dispuesto para ser consumido. El transporte masivo hasta los lugares de donde parte en cargamentos que superan la tonelada implica riesgos que encarecen su precio hasta cotas que no alcanza ningún otro producto o materia prima. El paso sucesivo hasta que llega a manos del distribuidor al por menor incrementa exponencialmente su precio. Mientras no se rompa esta inercia, es difícil, por no decir imposible, que el derecho penal resulte lo suficientemente disuasorio.

Algunas propuestas alternativas. Un grupo de profesores universitarios y magistrados firmamos en 1991 un manifiesto por una nueva política. Nos rebelábamos frente a la nefasta política sobre drogas que padecemos desde hace unas décadas. ¿Por qué esta machacona resistencia a intentar vías alternativas? La propuesta alternativa partía de la base legal que proporcionaba la ley del medicamento. En ella se considera que los estupefacientes y las sustancias psicotrópicas son medicamentos. La ley fue modificada en el 2006 eliminando estas sustancias. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) viene equiparando el tabaco y el alcohol a los estupefacientes, por lo que están abiertas las vías para un tratamiento que permita un sistema de distribución controlado. Magistrado del Tribunal Supremo.

Comisionado de la Comisión de Juristas de Ginebra.



Holanda se interesa en el modelo Español

CIUDAD HOLANDESA QUIERE CREAR UN CANNABIS SOCIAL CLUB
AMSTERDAM (Reuters) - La ciudad holandesa de Utrecht quiere que los fumadores de cannabis cultiven su propia marihuana en una cooperativa, un paso que iría en contra de la tendencia de Holanda de desanimar el consumo de drogas ligeras.  También sería ilegal, ha dicho el gobierno.Los Países Bajos tienen una de las políticas de drogas ligeras más liberales de Europa, el consumo de marihuana es legal pero el cultivo masivo de plantas de cannabis es ilegal y controlado por grupos criminales.



"Queremos manejar esto en el experimento. Si tienes algunos consumidores cultivando el cannabis lo sacas del ambiente criminal e ilegal," dijo el concejal de Utrecht, Victor Everhardt al canal de televisión público NOS el jueves.

Utrecht es la cuarta ciudad más grande de Holanda, unos 50 km al suroeste de Amsterdam.

Controlando el cultivo, la calidad también estaría garantizada y reduciría los riesgos de salud, dijo Everhardt.

Un ciudadano holandés puede cultivar un máximo de 5 plantas de cannabis en su casa para uso personal, y la ciudad quiere que los consumidores de cannabis se unan en una cooperativa.

El ministro holandés de seguridad y justicia dijo, sin embargo, que el plan era ilegal y al implementarse, sería prohibido.

"La política de drogas ligeras no permite la collección de plantas y a cultivar, por ejemplo, 500 plantas," dijo el portavoz del ministrerio.

En los últimos años, Holanda ha restringido el uso y la venta de cannabis y hashish cerrando tiendas y limitando la venta a extranjeros debido a los efectos de salud y actividades criminales relacionadas a la producción.

Fuente:  Encod.org